Una idea extravagante

Jacinto era aficionado a la pesca de ideas extravagantes. Por eso, el mismo día del juicio, llamó a un fotógrafo del periódico más leído de la prensa local. Su abogado le había advertido que no serviría de nada. Pero aun así, él quería demostrar, a su manera, que el vertido de su granja no contaminaba en absoluto el arroyo. Con un vaso de plástico transparente recogió un poco de agua y sonrió mirando a cámara. Parecía, por el efecto lupa del vaso, que un asno le hubiese prestado la dentadura esa mañana. Después de una sola foto, se bebió desafiante hasta la última gota. 

–Escríbelo bien grande –le exigió al periodista –Está buenísima –concluyó.

Después de otra sonrisa, más leve, se despidió amablemente dejando un par de billetes en la funda de la cámara de fotos y fue directo hacia el juzgado. Caminaba por los pasillos con el andar altivo de quien tiene asegurado un buen artículo en portada al día siguiente hasta que, nada más poner un pie en la sala, le llegó una sentencia intestinal en forma de diarrea. No sería la única desfavorable que oyó esa mañana. El arroyo recuperó, poco después, el esplendor que habían perdido sus calzoncillos. Jacinto perdió también su dignidad y una granja. Pero pudo, por lo menos, conservar una fotografía.