–Está a punto de llegar –me dice Juanito en voz baja mirando el horizonte con las manos en los bolsillos. Yo vuelvo a mirar el reloj de la estación, casi oxidado, mientras termino de liar el último cigarrillo que nos queda. Me lo llevo suavemente a la boca y, antes de encenderlo, arrugo el paquete decidido, lo coloco justo en el centro de mi cara y apunto a la papelera.
–Si entra –le digo a Juanito cerrando un ojo –es que vendrá.
Él me sonríe y acerca la oreja a los raíles.
–Ya lo escucho a lo lejos –añade confiado en el mismo instante en el que la bola de papel comienza a volar alejándose de mí.
Al caer el sol, Juanito vuelve a perder sus manos en los bolsillos.
–Tendría que haber lanzado yo –me dice muy serio mirándome de reojo sentado en un raíl. Después vuelve a mirar el horizonte haciendo el gesto de fumar un cigarrillo invisible.
Aunque seguimos viniendo todas las tardes a la estación, han pasado dos semanas y casi hemos perdido la esperanza de salir del pueblo también este año. Quizá la siguiente primavera.
–Tendría que haber lanzado yo –me repite cada tarde al abandonar la estación hasta mañana.